miércoles, 24 de octubre de 2018
XII - TIEMPOS MODERNOS
Desde la civilización más remota hasta la aparición de las vanguardias en el siglo XX, los artistas han tratado de vincular un parentesco entre las artes. Algunas influencias y relaciones comparativas se han encontrado entre los colores de las pinturas y los sonidos de las palabras, entre el ritmo y la musicalidad de un poema y su paralelismo con un cuadro; como también, ciertas afinidades entre escritores, pintores y directores de cine. La escena final en la playa de “Muerte en Venecia” (1971) de Luchino Visconti, nos trasporta a las luces difuminadas de Turner o de Monet; y las imágenes de la película musical “Sweeney Tood” (2007) de Tim Burton, con música de Stephen Sondheim, que están presentadas con una equilibrada composición áurea renacentista, hacen referencia al expresionismo más sombrío y a los dramáticos claroscuros de Caravaggio.
Escena Final de “Muerte en Venecia”
https://youtu.be/36QBU474nqM
Trailer de “Sweeney Todd”
https://youtu.be/tu2U1zmx_Sc
Escena Epiphany de “Sweeney Todd”
https://youtu.be/yw0bhbYey4s
“La música de ópera ha ido cambiando desde las estilizadas arias y los recitativos hasta llegar a un drama musical más integrado y, de ahí al psicodrama, y, en paralelo, hasta los populares “musicales” de las recientes décadas. Pero ¿es que todo eso son óperas? Quizás el término ópera sea simplemente la palabra que empleamos para aludir a un drama musical que se representa en lo que llamamos un teatro de ópera, de manera que, si Sweeney Todd se representara en Covent Garden, ésta se habría convertido, ipso facto, en una ópera”, Daniel Snowman (32).
Hubo películas insertas en la trayectoria del “musical” norteamericano (West Side Story, Sweet Charity, Cabaret, All that jazz, Chicago, entre otras) que fueron desde la transcripción cinematográfica de la revista musical teatral, hasta la imagen que danza; y han sido también, una gran superación del género, con otra línea que viene de más lejos: el Arte Integral, por medio de la ópera, cuyo máximo exponente y pontífice es Richard Wagner.
El cine se ha esforzado, repetidas veces y por distintos caminos, en llegar a esa meta, que muchos consideran suprema, aunque el asunto es bastante propicio a la discusión. Lo que está más cercano, viable y lógico, es el logro de lo que pudiera llamarse un Cine Total. Que sería la integración perfecta y de raíz, de todos los elementos que forman una película, desde el argumento al ritmo.
En esta pretendida simbiosis entre ópera y cine, se puede establecer que la cinematografía de un director que asume todos los aspectos de su obra, que escribe sus guiones, y que tiene un papel tan preponderante como Richard Wagner con su obra, representa a un “cine de autor”. Un artista que al poder realizar su trabajo con mayor libertad, plasma sus sentimientos al margen de ciertas presiones (comerciales productoras de cine o editores musicales), y como en el caso del compositor alemán, es normalmente reconocible por rasgos característicos, típicos de su obra; la que podríamos denominar como “ópera de autor”.
“Hay dos tipos de directores diferentes: los que escriben su propio material y los que no. Es muy poco habitual ser las dos cosas y alternar entre películas que escribes y películas que no escribes… una categoría no es más admirable que otra; simplemente, son distintas… pero cuando escribes tu propio guión la película tiene idiosincrasia, y el público está más en contacto con tu personalidad”, Woody Allen (33).
En 1996, el dramaturgo, humorista, actor, clarinetista, libretista y director cinematográfico, Woody Allen, desborda originalidad en su exquisita película “Todos dicen I love you”, utilizando todas las características del musical tradicional.
Escena Final de “Todos dicen I love you”
https://youtu.be/0g2PgZnUj7M
En una hipotética existencia de un Richard Wagner contemporáneo ¿cómo hubiese utilizado este lenguaje audiovisual en función de su ideal de fusión de las artes?... ¿habría utilizado un multiplicador de señales sonoras como el Dolby Estéreo?... ¿incorporaría a sus dramas musicales efectos especiales para recrear mundos mitológicos? Todo es una incógnita.
Durante el Siglo XX habría convivido con los avances de los medios de comunicación, la cultura de masas, y con infinidad de problemáticas del arte contemporáneo con sus intrínsecas paradojas. Las vanguardias y las neovanguardias; las prácticas críticas y activistas; el pastiche, el desorden y el caos; el extravío de los límites, la trasgresión y el exceso; la cita y la apropiación; Wagner observaría la ambigüedad de los seres, y tendría que dejar paso a la diversidad; además, se enfrentaría a un nuevo tipo de espectador.
Hubiese visto crecer los teatros de ópera por todo el mundo, desde el Sidney Opera House de Australia, pasando por el Royal Festival de Londres, la Ópera Bastille de París, el Disney Hall de Los Ángeles, hasta la burbuja espacial del Gran Teatro Nacional de Pekín. Hubiese sido testigo de la globalización de la ópera. Podría haber visto la representación de “Aída” a orillas del Nilo, de “Turandot” en la Ciudad Prohibida, y también sorprenderse con la adaptación de inspiración budista sobre “El anillo del nibelungo”, realizada por Somtow Sucharitkul para la Ópera de Bangkok.
En la actualidad, Wagner repararía en los cambios tecnológicos. Observaría como el advenimiento de la tecnología digital ha sido una gran ventaja para el mundo de la ópera, ya que obligó a la industria operística a replantearse la forma de llegar a su público. Desde las transmisiones en directo emitidas del Metropolitan Opera de Nueva York a pantallas de cine de Estados Unidos y Europa, hasta las representaciones de ópera al aire libre del Festival de Bregenz, montadas sobre un escenario flotante en la orilla del lago, como si fuese un transatlántico gigante. Todo se fue transformando en pos del espectáculo.
“La extraordinaria vigencia del género lírico se mide con el metro de los rechazos, entre otras razones porque todo se agranda cuando es la ópera la que está en juego. Las medias tintas no parecen hechas para ese mundo que vibra en todo escenario donde una orquesta, coros, cantantes solistas y bailarines, trajes especiales, grandes decorados, diseños de luces y multimedia se ponen al servicio de pasiones sin cuento”, Pola Suárez Urtubey (34).
En el afán de resurgir, mantenerse y perdurar, la ópera contemporánea es la práctica de la paradoja. El sonido de la música ha podido variar a través del tiempo, pero no así su esencia: los cantantes narran una historia acompañados por una orquesta, un escenario, un vestuario y una iluminación, que le añaden dramatismo.
Fallecido doce años antes de la irrupción del cinematógrafo, Richard Wagner revolucionó el mundo operístico del momento. Se hizo cargo de todos los aspectos de sus óperas; escribió los libretos, buscó cantantes, incluso creó un teatro de ópera único. Al igual que Beethoven, Wagner apuntó hacia lo sublime. Sus óperas se destacaron por su intensidad sonora y su profundidad de dibujar con música situaciones y personajes. Temas legendarios que perduran a través de los tiempos se incorporan a sus óperas y constituyen el fundamento de la fantasía de Wagner.
El 13 de febrero de 1883, Wagner murió con la convicción de que había escrito “la música del futuro”, pero es posible que el compositor francés Claude Debussy se haya acercado más a la verdad (en la medida en que podemos juzgarlo hoy), cuando dijo que Wagner representaba “un hermoso ocaso, erróneamente confundido con un amanecer”.
(32) “La ópera, una historia social”. Fondo de Cultura Económica. Pág. 18. Ediciones Siruela. México (2013).
(33) “Lecciones de Cine”, Laurent Tirard. Ed. Paidós. Pág. 54 (2006).
(34) “La ópera, 400 años de magia”, pág. 14. Ed. Claridad.
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